Capítulo 16

En el fragor de la batalla, Ragnar miró hacia arriba y vio pasar sobre su cabeza al monstruo volador. Lentamente se abrió paso en su mente la idea de que los Buscadores estaban allí. Podrían estar observándolo en ese preciso momento. Sopesando si Ragnar, sería o no, digno de entrar en el Salón de Skadi. Era un pensamiento estimulante que daba sentido a la carnicería que podía ver alrededor. De repente, ésta no era simplemente una batalla por la supervivencia, sino una prueba de honor y merecimientos. Desde luego todas las batallas lo eran, pero en muy pocas se manifestaba la presencia de los mensajeros de los dioses. Ésta era una de esas batallas y cabía la posibilidad de que un hombre pasase directamente de aquí a la leyenda.
El enorme y fornido guerrero con el que había estado intercambiando golpes hacía un instante clavó su mirada en él, y en sus brutales ojos grises brilló la sombra del entendimiento. Se apartaron el uno del otro y Ragnar retrocedió hacia los restos de su gente reunida en torno al Gran Salón Comunal en llamas, mientras que el Craneotorvo se retiraba hacia sus propias líneas.
Ragnar echó una mirada alrededor para ver a quién reconocía. Allí estaba Otik, y también su padre, lo que le permitió respirar con alivio. El Jarl seguía en pie, si bien su cabeza sangraba por una fea herida. Cuando Ragnar lo miró, el jefe guerrero arrancó la manga de su túnica y se la ató a la cabeza. Se produjo entre todos ellos un intercambio de extrañas miradas atormentadas. Todos sabían que eran hombres muertos y que sólo era cuestión de tiempo.
Mirando a la horda reunida de Craneotorvo era obvio que los Grimfang estaban en minoría en una proporción de cinco a uno como mínimo. Muchos de ellos habían caído en el furioso ataque inicial y no había esperanza alguna de que pudieran vencer a tantos Craneotorvo, incluso si resultaban ser guerreros mucho mejores que sus enemigos. Y a juzgar por el salvajismo de los Craneotorvo, que habían sufrido ya en sus propias carnes, ése no era el caso. A regañadientes, Ragnar tuvo que admitir que, aunque pareciera que estaban igualados en la calidad de los guerreros, la balanza no era favorable a su pueblo.
Con todo, la aparición del dragón había provocado un cambio en el ambiente de la batalla. Eso era obvio. En ese momento los Craneotorvo restantes se habían retirado y permanecían a la expectativa. Al igual que los Grimfang, ellos también querían impresionar a los Buscadores. Habían pasado de buscar una carnicería a buscar enemigos dignos. Una chispa de rabia encendió el corazón de Ragnar.
Ahora estaban preparados para luchar honorablemente. Sabiendo que los ojos de los dioses estaban puestos en ellos, estaban dispuestos a garantizar una lucha justa. Hacía sólo algunos minutos no estaban dispuestos a ello. A duras penas respondía aquello a la naturaleza del auténtico honor. Una pequeña parte de Ragnar todavía se reía de su propia ingenuidad. ¿De qué servía protestar sobre la justicia o injusticia en la lucha? Los dioses harían sus elecciones del modo inescrutable que les era propio y seguro que no eran idiotas, o eso era, al menos, lo que él esperaba.
¿Por qué protestaba entonces? Los Craneotorvo le estaban dando la oportunidad de morir dignamente aunque fueran unos sucios hipócritas. Y aseguraban a los Grimfang la posibilidad de llevarse al infierno a unos cuantos de ellos.
Cuando resultó evidente lo que estaba pasando, un puñado de guerreros Grimfang salió a la carrera del Salón Comunal y, pese a las llamas, regresaron con un cargamento de armas y escudos. Los Craneotorvo parecían totalmente dispuestos a permitirles que se preparasen para la batalla.
Ahora se percibía una fuerte tensión en el aire. Casi podía palparse, como si la presencia de los Buscadores hubiera generado y colmado el ambiente con su propia energía. Los guerreros de ambos bandos hacían precalentamientos barriendo el aire con sus armas. Los jefes de los Craneotorvo estaban apiñados discutiendo entre ellos acerca de lo que iban a hacer o, lo que es lo mismo, debatiendo cómo quedarían mejor ante los ojos de los Buscadores.
- Bueno, por lo menos entre nosotros no hay duda sobre ese asunto – pensó Ragnar.

Su obligación y la de los suyos estaba clara, debían vender sus vidas tan caras como pudieran y luchar bien y con honor antes de morir. No cabía otra posibilidad.
De pronto empezó a oírse la voz de un hombre que gritaba, que parecía ser la de Kásthar. Ragnar se quedó sorprendido, pues conocía a Kásthar de toda la vida y siempre había sido un hombre dispuesto, inmutable al desaliento. Por lo que había oído, había salido bien librado en todas las cacerías y batallas en las que había tomado parte. Efectivamente, se había enfrentado al Troll Nocturno de Gaunt en un combate cuerpo a cuerpo del que había salido triunfante.
Ragnar se preguntó a qué se debería que se hubiera roto ahora su temple. De todos los hombres presentes, Kásthar era uno de los que parecía tener asegurado el favor de los Buscadores. Su valentía se había puesto a prueba una y otra vez durante años. ¿Era posible que un hombre tuviese una reserva limitada de coraje para toda su vida, y que cuando se terminaba fallase su valentía? ¿O acaso era la presencia de los Buscadores lo que lo había amedrentado? Sabiendo que los ojos de tus dioses te están observando, puedes llegar a ver cosas realmente raras en un hombre, pensó Ragnar.
O tal vez fuera la certidumbre que tenía ahora cada guerrero Grimfang de que muy pronto sería juzgado y conocería su destino final. Una cosa es entrar en batalla o encontrarse en medio de cualquier peligro sabiendo que se puede salir vivo gracias a habilidad, suerte o al favor de los dioses. Y otra muy diferente es tener la certeza absoluta de que tu propia vida esta tocando a su fin.
Ragnar examinó su propio estado de ánimo y se dio cuenta de que tenía miedo, pero no era abrumador. Estaba nervioso y a la vez extrañamente emocionado, pero no aterrado. Todo lo contrario. Estaba tan lleno de ira y tenía tanta sed de vengarse de los Craneotorvo por su traición que su miedo le parecía insignificante. Se sintió impaciente por enzarzarse con sus enemigos, desesperado porque empezase la batalla.
Tuvo que admitir que el deseo del favor de los dioses no tenía nada que ver en ello. Estaba seguro de poder entrar feliz en el infierno si podía llevarse por delante a un Craneotorvo y que su vida no habría sido en vano si arrastraba a dos a las profundidades. Sabedor de que su vida se había acabado, no tenía nada que perder. Todo lo que le quedaba era la oportunidad de venderla cara.
Era extraño que en el transcurso de una tarde, un hombre pudiera experimentar tantos cambios. Trató de recordar la cara de Madai, esa cara que había tratado de memorizar con tanto empeño hacía sólo unos instantes, y que ahora le costaba trabajo visualizar mentalmente. Era una pena, pensó Ragnar. Hubiera sido maravilloso llevarse a la otra vida el recuerdo de algo tan hermoso.
Los guerreros Grimfang habían terminado de armarse estaban listos. Los Craneotorvo parecían haber elegido ya a sus oponentes. Estaban frente a frente a través de las sombras de la plaza en llamas. Durante un largo rato se miraron los unos a los otros con miedo y odio. Luego, todos los ojos presentes se volvieron hacia la enorme figura que emergió entre las sombras. Era una mujer tremendamente esbelta, pero a la vez lo suficientemente fornida como para alzar en vilo a cualquiera de los presentes con un solo brazo, iba embutida en una armadura metálica de perfecta confección y su espesa y rizada melena se movía al son de las cenizas que flotaban en el ambiente, por encima de una capa de piel de lobo que le cubría los hombros y caía hasta los tobillos.
Ambos bandos se quedaron quietos esperando a ver si la aparición iba a intervenir, pero no hizo nada, sólo inspeccionó con sus llameantes ojos. En ese momento, Ragnar se quedó petrificado, viendo con claridad meridiana que aquel ser sobrenatural era la mujer que le salvaba la vida en su sueño. Aterrado y a la vez maravillado ante la nueva revelación, Ragnar observaba con los pies clavados en el suelo cómo su salvadora no mostraba miedo alguno y permanecía allí de pie, entre ambos bandos, con una profunda confianza en su propia invulnerabilidad, como si se tratara de un padre que observa los juegos de los niños, no como alguien que está al borde de una batalla entre fornidos guerreros armados hasta los dientes. Era como si supiera que nada podía causarle el menor daño, como si ella pudiera matarlos a todos sin esfuerzo alguno si acaso llegaban a molestarlo. Hubo instante, mientras aquella divina criatura posaba su mirada en ciertas figuras de ambos bandos, que su mirada se posó un segundo más de lo necesario en los ojos de Ragnar. Éste no supo que era lo que había visto en sus ojos, pero estaba seguro de que se habían reconocido.
Otro pensamiento ocupo de pronto su mente. Aquella misteriosa figura había llegado sobre el dragón alado, lo que quería decir que era uno de los Buscadores de Valientes, un representante de los propios dioses. Un remolino de pensamientos, imágenes e ideas enturbió su mente mientras miraba el reflejo ígneo de la armadura de la Buscadora. Ahora mismo no podía pensar con claridad, lo único de lo que estaba seguro, al igual que el resto de los presentes, es que estaba en presencia de algo sobrenatural.
Una llamarada iluminó la faz de la Buscadora, revelando su rostro a todos durante un instante. Aquel rostro denotaba una longevidad y una sabiduría mayor que cualquiera que Ragnar hubiera visto pero, no obstante, no había una sola arruga que confirmara su larga edad. La mujer los miraba con impaciencia, como esperando que empezasen. De pronto hizo un gesto para que reanudasen la lucha. Las dos fuerzas se armaron de valor, como lobos que se preparan para saltar al combate cuerpo a cuerpo, y se enzarzaron en un duro enfrentamiento.

Capítulo 15

Una vez más, el extraño ruido pasó sobre sus cabezas. Strybjorn miró hacia arriba y vio cómo la cola ardiendo de aquella bestia voladora sobrevolaba sus cabezas a baja altura y tomó conciencia de que había caído sobre el campo una enorme sombra alada. Por un momento, la lucha se detuvo y todos miraron sobrecogidos por aquella mágica aparición.

- ¡Los Buscadores de Valientes! – gritó alguien.

Strybjorn no estaba seguro de si había sido un Craneotorvo o un Grimfang. Sólo sabía que, fuera quien fuese el que lo había dicho, estaba en lo cierto. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Los mensajeros de los dioses estaban allí y juzgaban a los combatientes. ¡Ahora! En ese instante miraban hacia abajo con su mirada ardiente para ver si alguno de los presentes era digno de unirse a los grandes guerreros de la sala de los héroes. Era posible que es noche alguien fuera llevado a la legendaria montaña donde los elegidos gozaban de la inmortalidad.
Strybjorn sabía que sólo elegirían al más valiente entre los valientes y al más fiero entre los fieros. Sólo los más osados eran dignos de la inmortalidad. Los nombres de los Elegidos vivirían por toda la eternidad y serían recordados por los eskaldos en sus cantares de gesta. Una ambición hirviente despertó de pronto en su corazón.
Ahora sabía lo que debía hacer. En algún lugar entre estos perros apaleados tenía que encontrar enemigos dignos de su arma. Debía encontrar guerreros a los que pudiese llamar por su nombre y retarlos en combate singular. Los Buscadores no aparecían en todas las batallas; tal vez esta oportunidad no se le volviera a presentar nunca más. Tal vez no volviese a tener pruebas físicas tangibles de la presencia de estos misteriosos seres en toda su vida.
Echó una mirada en derredor. A la misma conclusión parecían haber llegado todos los guerreros independientemente de su clan. Los Craneotorvo se apartaban de sus enemigos, dándoles tiempo a echar mano a mejores armas. Strybjorn esperaba ansiosamente para ver lo que iba a ocurrir después.

Capítulo 14

Ragnar detuvo a la desesperada el golpe de su atacante. El choque del impacto paralizó su brazo a pesar de que el escudo había absorbido la mayor parte del impulso. Ragnar dirigió su contraataque a la cabeza del hombre, que también paró el golpe. Lanzó hacia adelante su brazo protegido por el escudo y alcanzó a su atacante en la cara, cuando el hombre perdió el equilibrio cayéndose hacia atrás, Ragnar le partió el cráneo de un hachazo.
Miró alrededor y vió que su casa estaba en llamas. El Gran Salón Comunal también ardía por los cuatro costados mientas alrededor todo era locura. Sombrías figuras cortaban en la negrura de la noche como si se tratara de una escena del mismísimo infierno. Las mujeres escapaban en medio de la oscuridad llevándose a sus hijos. Los perros se lanzaban a las piernas de los invasores y un pollo volaba torpemente en un callejón, con las alas en llamas.
Ragnar se preguntó donde estaría su padre. Lo más probable es que estuviese en el Gran Salón ayudando a recuperarse a los guerreros, si todavía estaba vivo. Ragnar trató desesperadamente de alejar ese pensamiento, pero como un cuchillo se hundía en la convicción de que, al terminar esa noche, no sólo su padre sino todos los guerreros que conocía, y con toda probabilidad él también, estarían muertos.
Sin embargo, no había más remedio que seguir luchando sin que importase cuán negros fueran los augurios. Con todos los sentidos alerta, Ragnar corrió hacia el Salón Comunal, esperando contra toda esperanza que su padre y los demás siguieran vivos.

Capítulo 13

Strybjorn acechaba en la noche, matando a su paso todo lo que encontraba. Aullaba de contento, sabiendo que había llegado la hora de la venganza de su pueblo. El sabor de la sangre le resultada dulce; en realidad, le gustaba matar, la sensación de poder que le daba. Amaba las luchas cuerpo a cuerpo.
Claro que estos Grimfang eran enemigos de poca monta; casi ni se merecían que los ensartase una espada Craneotorvo. Estaban borrachos y mal armados y apenas comprendían lo que estaba pasando. Se preguntó como habían sido capaces de expulsar de esta aldea a su valiente pueblo de guerreros.
En el breve respiro que le permitía el combate, sólo le obsesionaba un pensamiento: ¿acaso era parte del precio que había que pagar por vivir en paz? ¿Habría reblandecido la buena vida a sus antepasados igual que había reblandecido a los Grimfang? ¿Había perdido en el pasado su pueblo el espíritu guerrero igual que lo había perdido este rebaño de ovejas? Sintió que era algo que debía hablar con su padre. Esto no debía volver a pasar nunca más y no pasaría cuando él se convirtiese en jefe.

Capítulo 12

Por un momento, un miedo supersticioso dejó helado a Ragnar ¿Habrían vuelto de sus tumbas para apoderarse de las almas de sus conquistadores? ¿Qué clase de magia negra podía conseguir eso?
Cuando prestó más atención vio a un joven de facciones toscas, que daba un hachazo al padre de Otik. El anciano parecía aún aturdido por la cerveza y sorprendido, se llevó las manos al estómago, tratando de contener el manojo de tripas que se le salía.

- ¡Esto es un ataque! – gritó Ragnar, empujando a Madai hacia las sombras -. Es una incursión.

En su corazón, sabía que no era una simple incursión. A juzgar por la cantidad de guerreros que había y por los gritos que se empezaban a oír por todas partes, era una invasión en toda regla que trataba de esclavizar o destruir a su gente. Lanzó una maldición, sabedor de que el ataque había llegado en el peor momento posible, cuando todos los guerreros estaban borrachos o bailando. Y no cabía echarle la culpa a nadie, era su propia culpa. Tendrían que haber apostado centinelas y haber estado preparados, pero no lo habían hecho. Los largos años de paz los habían sumido en una falsa sensación de seguridad que ningún hombre podía permitirse. Y ahora estaban pagando por ello.
La rabia y la desesperación se turnaban en el corazón de Ragnar. Durante unos interminables minutos estuvo paralizado, consciente de que no había esperanza. Más de la mitad de los habitantes de la aldea ya estaban muertos o agonizantes, aplastados como huesos podridos por los brutales invasores. Los atacantes eran expertos, iban bien equipados, guardaban la formación y luchaban con terrible fuerza y voluntariosa disciplina. Los Grimfang ni si quiera estaban armados, todos confundidos, desorganizados e incapaces de hacer nada que no fuese dejarse cortar como pollos en una matanza.
De pronto, Ragnar supo que el destino de los Grimfang estaba echado.

- ¡Atrás! – gritó Ragnar, empujando a Madai dentro de la cabaña más próxima.

Sabía que esta poco podría protegerlos, pues muy pronto los atacantes prenderían fuego a toda la aldea. Sin embargo, necesitaba tiempo para pensar, y no tenía la menos duda de que dentro habría armas mejores que la daga que llevaba en el cinturón.
Sin entender muy bien lo que estaba pasando, Madai se resistió, pero él era más fuerte y la retuvo dentro de la vivienda al tiempo que le tapaba la boca con la mano.

- ¡Quédate quieta si valoras en algo tu vida! – le dijo con decisión, y vio como en sus ojos aparecía un asentimiento aterrorizado, seguido rápidamente por una resolución firme.

Era una auténtica mujer de su pueblo, como pudo comprobar Ragnar.
Los lamentos y los gritos de guerra llenaban la noche, apenas amortiguados por las paredes de las tiendas de piel. Dentro, todo era oscuridad. Ragnar revolvió frenéticamente entre los enseres de la casa hasta que encontró un escudo y un hacha. Rápidamente, lo ajustó a su brazo y sopesó el arma. Se sintió un poco mejor, pero todavía no tenía muy claro que iba a hacer. Lo que acababa de ver ya era una presencia que se agolpaba en su cerebro y no le dejaba razonar.
Recordó la mirada de horror en la cara del padre de Otik, y también al viejo tabernero Theobalt tirado entre la basura, con la tapa de cabeza levantada y los sesos esparcidos. Recordó la horrible herida palpitante en el pecho del herrero Talath. Cosas que en su momento no había reconocido le quemaban ahora la cabeza. Las lágrimas humedecieron sus mejillas. Esto no era el tipo de batalla que él había esperado; no era como las que cantaban los eskaldos. Era la brutal masacre de un pueblo desarmado por parte de un enemigo mortal.
Sin embargo, una pequeña parte racional de su mente le decía que era realmente una batalla. Siempre había en ellas muerte, agonía y heridas terribles. Los contendientes rara vez jugaban limpio y eso terminaba en muertes horribles. La cuestión más peliaguda era decidir lo que iba a hacer ahora. ¿Iba a quedarse cobardemente dentro de la cabaña como un perro apaleado o iba a salir y enfrentarse a la muerte como un valiente? Sabía que tenía poco donde elegir. Lo más probable es que acabase muriendo de todos modos, y era mejor encontrarse con los espíritus de sus ancestros cubierto de heridas y con el arma firmemente apretada en la mano muerta y fría.
Pero, a pesar de todo, algo le impedía hacer lo que sabía que debía hacer. Sus ojos estaban clavados en la aterrorizada muchacha, que sin verter una sola lágrima y con la cara pálida y desencajada permanecía en un rincón. Ella limpió sus lágrimas con el puño de la manga y trato de sonreírle. Era una mueca terrible y Ragnar sintió que se le iba a romper el corazón.
¡Cómo había cambiado su vida en cuestión de minutos! Hacía menos de una hora había sido completamente feliz. Él y Madai habían yacido juntos y las cosas parecían tomar el rumbo acostumbrado en el poblado. Se habrían casado, habrían tenido hijos y habrían vivido su vida juntos. Ahora, ese futuro se les había ido de las manos, como si alguien le hubiera prendido fuego realmente. Todo lo que quedaba era la sangre, las cenizas y tal vez la vida infame de la esclavitud, si sobrevivía. Supo que no podía enfrentarse a eso.
¿Qué iba a hacer? No podía quedarse quieto, porque si lo hacía no haría más que arriesgar la vida de Madai. Podría producirse una pelea, y se sabía de hombres que habían dado muerte a inocentes observadores. Lo más probable es que no la mataran, para que se convirtiera en esposa o esclava de algún Craneotorvo. Así era como sucedían las cosas. Este pensamiento le produjo más dolor del que podía manifestar, pero por lo menos ella seguiría viva.
A pesar de todo, no pudo marcharse, pues el mismo magnetismo que lo había atraído antes hacia la chica, le impedía marcharse ahora. En lugar de eso, se acercó a ella, dejó el hacha en el suelo y tocó su cara con la mano, siguiendo sus rasgos con sus dedos, tratando de memorizarlos para llevárselos con él hasta el infierno si era necesario. De todo lo que le había ocurrido en la vida, ella era lo mejor. Ahora se le partía el corazón al comprender que ya no habría futuro, que sus vidas se habían acabado antes incluso de que las hubieran empezado.
La atrajo hacia sí para darle un último beso. Los labios de los dos jóvenes se unieron en un prolongado beso y, luego, él la aparto.

- Adiós – dijo Ragnar muy entrecortadamente -. Habría sido maravilloso.
- Adiós – respondió ella, consciente de sus costumbres para no impedirle que se fuera.

Ragnar se adentró en la noche incendiada, internándose en el caos de alaridos y de locura. El siguiente encuentro fue con una enorme figura que surgió ante él amenazadora, enarbolando su hacha.

Capítulo 11

- ¿Qué fue eso? – preguntó Madai, con gesto atemorizado.
- No lo sé – respondió Ragnar, apartándose de ella y mirando hacia el cielo.

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era cierto. Él había oído antes un sonido tan atronador como aquel. Hacía semanas que no tenía aquella pesadilla, que lo había hostigado durante meses, pero no había sido capaz de borrar su recuerdo. En el sueño, no hacía más que correr, correr cuanto le permitían sus piernas y, a cada paso que daba, veía su terror y su miedo incrementado, pues le perseguía un monstruo demasiado horrible como para ser real. Aquel abyecto y abominable ser, tenía el cuerpo cubierto de granos y verrugas que estallaban sin parar en asquerosos chorretes de pus que goteaban por su cuerpo, en algunos puntos tenía heridas abiertas por las que se vislumbraban unas inmensas vísceras, los innumerables apéndices que le brotaban parecían inertes y sin embargo, aquel engendro se movía con una velocidad pasmosa. Él seguía corriendo y justo cuando parecía que aquella criatura iba a darle alcance, oía aquel rugido, un trueno que sólo podía salir de una bestia grande como una montaña, pues parecía surgir de la propia tierra y retumbar por toda ella. Dándose la vuelta, vio salida de la nada, a la mujer más bella que jamás había contemplado, montada a lomos de un enorme dragón dorado, su larga cabellera ondeaba por encima de sus hombros, sus facciones, las más perfectas que Ragnar jamás había contemplado, su cuerpo, engalanado con una armadura que dada la libertad de movimientos que permitía, parecía su segunda piel. Portaba una lanza de espléndida manufactura, que parecía envuelta por un brillo sobrenatural. En menos de un segundo, la portentosa dama hundió la lanza en lo que debería ser el pecho de la criatura y en cuanto entraron en contacto surgía un brillante haz de luz que inundaba el campo de visión de Ragnar. Y despertaba.
Ragnar volvió en sí, dándose cuenta de que había estado unos instantes con la mirada fija en el infinito, enfocando de nuevo los ojos hacia Madai intentó quitarse aquel recuerdo de la cabeza. ¿Qué era ese ruido? De repente, al volver a prestar atención a lo que lo rodeaba, oyó que sonaba como si se hubiera armado una pelea en el salón comunal. Se puso en pie y Madai con él. La cogió de la mano y empezó a avanzar entre las chozas en dirección al lugar de la conmoción. Lo que vio era mucho peor de lo que podía haberse imaginado. Entre los danzantes había extraños. Hombres enormes y fornidos de largos cabellos negros, de rasgos bestiales y poderosas mandíbulas. Tenían aspecto casi de trolls, pero Ragnar los reconoció al instante por las canciones del eskaldo. Era como si hubieran salido de una de ellas. Eran los Craneotorvo.

Capítulo 10

Strybjorn enarboló el hacha firmemente sujeta en la mano y entró a la carrera por la puerta abierta. Alrededor, sus Hermanos de batalla se apretaban unos contra otros, con un brillo anticipado en los ojos y con las bocas abiertas. Strybjorn se sintió desfallecer por un instante. Sabía que le pasaría, pues esta sensación lo asaltaba justo antes de enfrentarse con un peligro. Era una especie de señal de que su cuerpo estaba preparado para el choque. De pronto se dio cuenta de su agitada respiración, del rápido latir de su corazón, del sudor que empapaba las palmas de sus manos hasta el punto de hacerle difícil sostener el hacha. Con sus camaradas penetró en la aldea, y mientras avanzaban, pudo oír claramente los sones de la música y el ruido de la danza.
Por el camino, en un recodo, se encontraron con gente; no eran Craneotorvo, Strybjorn, aguzado cada sentido como una cuerda tensada, no necesitaba ninguna otra provocación. Atacó con su hacha y, seguidamente, se oyó un chapoteo cuando la hoja del arma llegó a su destino y luego se retiró. Strybjorn volvió a lanzar un hachazo, sintiendo cómo la sangre caliente brotaba del cuerpo del hombre que cayó a sus pies. Extrañamente, la música seguía sonando y, a lo lejos, ladraba un perro. En alguna parte del cielo, como si estuviera anunciando el ataque, sonó una explosión semejante a un trueno.

Capítulo 9

-Formula un deseo – pidió Madai, arreglando su falda.

Ragnar dejó de abrochar su túnica y miró en la dirección que ella le indicaba. Por encima de sus cabezas vio una luz en el cielo y en el primer momento pensó, como la chica, que se trataba de una estrella fugaz, pero luego se dio cuenta de la cola de fuego que lo seguía y de que no desapareció de su vista hasta largo rato después. Eso le recordó algo, pero en ese momento, aturdido por la cerveza y por el intenso abrazo que acababa de compartir con Madai, no supo muy bien qué. A lo lejos, los perros ladraban en respuesta a la visión de lo que parecía la caída de un meteoro.
Rodó de nuevo y alcanzó a la chica atrayéndola hacia sí para que volviera a besarlo. Ella se resistió por un momento, jugueteando, antes de reunirse con él en el suelo. Ragnar no creía haber sido nunca tan feliz como lo era en aquel momento, pero el pensamiento de las llamas cayendo seguía latente en su conciencia.
Finalmente recordó que había oído algo semejante de los labios de su padre, los legendarios dragones voladores, que ha diferencia de los marinos no habían sobrevivido a la última glaciación y se habían extinguido. Cuenta una leyenda que quedaban unos últimos domesticados por unos seres sobrehumanos, que decían descendían de elfos, que viajaban por el mundo buscando a los mejores guerreros que existan. Decían que estos dragones podían escupir fuego y hielo según les plazca, y que la punta de su cola estaba constantemente envuelta en una bola de fuego, y que si ésta llama se apagaba, el dragón moría.
Aunque sabía que era sólo una leyenda, se preguntó por su significado antes de abandonarse por completo al arrebato pasional. Apenas se dio cuenta cuando empezó el griterío.

Capítulo 8

Avanzando con pasos amortiguados por la oscuridad de la noche y el ruido y algarabía de la fiesta de los Grimfang, Strybjorn y sus compañeros se acercaban al centro de la aldea. Estaba impresionado. Los muy locos estaban tan confiados que no habían puesto un solo centinela. La vida holgada en la tierra de los antepasados de Strybjorn los había vuelto blandos. Sin embargo, muy pronto iban a pagar por su error.
Supo que los guerreros Craneotorvo habían ocupado posiciones por toda la aldea. Muy pronto los guerreros con más experiencia saltarían la empalizada interna y les franquearían la entrada. Luego, Strybjorn y su gente caerían sobre sus odiados enemigos como los lobos se abalanzan sobre el redil.
Ahora no había nada que los detuviera.

Capítulo 7

Ragnar lanzó un grito de alegría y alcanzó a enlazar su brazo con el de Madai. Estaba borracho y feliz. Los bailarines habían formado largas líneas y se movían trenzando intrincados pasos al son de la música del eskaldo y de sus aprendices. Madai le sonrió, arrebolada la cara, mientras giraban en círculo antes de volver a sus respectivos sitios en la fila un lugar más abajo. De este modo todos los jóvenes podían bailar unos con otros en un baile general. Más tarde vendrían las danzas más personales.
A lo lejos, Ragnar podía oír el estrépito de los mayores que cantaban y bebían sin parar en la fiesta organizada en el salón comunal. Poco a poco, las parejas casadas se fueron acercando para unirse a la danza. Los perros ladraban, las ocas graznaban, las cabras balaban, pues las fiestas las estimulaban más que ninguna otra cosa.
De pronto, la música paró porque el eskaldo y sus aprendices hicieron un alto para apagar su sed con cerveza. Dejándose llevar por un impulso, Ragnar dio unos pasos hacia Madai y las miradas de ambos se cruzaron. Sin decir ni una palabra y cogidos del brazo se internaron en la oscuridad dejando atrás la sala comunal. Ragnar se dio cuenta de que la chica se ruborizaba. Sus cabellos estaban revueltos y sus ojos parecían enormes en la oscuridad y a la luz de las antorchas. Ragnar la alcanzó y le pasó su brazo por la cintura, devolviéndole ella el gesto. Se miraron a los ojos y lanzaron una risita cómplice mientras se escabullían entre las sombras de las chozas.
Allí en la oscuridad, mientras escuchaba el barullo festivo que inundaba la aldea, Ragnar era consciente de que estaba ocurriendo algo importante. Se sintió atraído por la chica con la misma intensidad que se siente atraído un imán por el norte. Se lo dijo así y esperaba que ella se riera, pero Madai lo miró y esbozó una sonrisa entreabriendo levemente los labios. Él quedó fascinado inmediatamente por su belleza y casi pudo sentir el suave calor de su cuerpo ceñido al suyo. Sin pensarlo, la atrajo hacia sí y sus labios se encontraron. Ella rodeó el cuello de Ragnar con los brazos y le propició un nuevo beso.
Después de un largo rato, se apartaron y sonrieron de manera cómplice, para luego volver a besarse.

Capítulo 6

Strybjorn corrió sigilosamente junto a los demás guerreros en el sprint más agotador de su vida hasta quedar ocultos a la sombra de la empalizada que rodeaba a la puerta este. Sus músculos se resintieron por el esfuerzo y respiraba entrecortadamente, más por los nervios de la inminente batalla que por el ejercicio realizado.
Los recodos de sus articulaciones empezaron a sudar, empapando la ligera camisa que llevaba debajo de su armadura de cuero. Se sentía ligeramente inestable agachado en cuclillas, incómodo por la prolongada y forzada postura. Semanas de marcha lo habían acostumbrado a un caminar sin descanso, leve pero constantemente, se habían ido fortaleciendo sus piernas.
Se puso algo más cómodo y echó una mirada alrededor, observando a sus hermanos guerreros y cómo muchos, al igual que él, estaban dispuestos a conquistar la gloria en ésta su primera batalla, tratando de hacerse un nombre y de atraer la atención del Jarl y quizá de los dioses… Les dirigió una plegaria rogándoles que le permitieran luchar bien, y que, si moría lo hiciera a causa de sus heridas y sobre los cuerpos de sus enemigos derrotados.
A lo largo de la entrada habían empezado a formarse varias filas de guerreros Craneotorvo, armas en ristre. Cuando estuvieron organizados en grupos de combate, empezaron ha acercarse en silencio hasta la puerta que conducía a la aldea de los Grimfang.

Capítulo 5

La canción no tardó mucho en terminar y, a continuación, empezaron la fiesta y los bailes. El Jarl y su guardaespaldas se retiraron a la gran sala comunal. Allí, las mesas crujían bajo el peso de los enormes pollos asados y el pan recién salido del horno. Montañas de quesos se elevaban sobre las mesas y lagos de hidromiel rebosaban de los cuencos. El olor de la cerveza saturaba el aire y los cerveceros ya estaban llenando con ella enormes jarras de cuero, y los vasos de cuerno de buey pasaban de mano en mano.
Otik le sonrió y le pasó el cuenco de cuero. Ragnar vació alegremente la cerveza amarga como les había visto hacer a los guerreros curtidos. Ésta no era la cerveza rebajada reservada para los adolescentes. Era una bebida fuerte y potente, reservada para los guerreros en días festivos. Las burbujas casi lo hicieron estornudar y su extremo amargor le sorprendió. Pero no la escupió ni se puso en ridículo, sino que vació el cuenco de unos cuantos tragos ante la admiración y el aplauso de sus compañeros.
Enfrente vio a su padre empinando un gran cuerno y cómo el contenido entraba inexorablemente en su boca mientras los demás guerreros contaban hasta diez. Cuando llegaron a cinco había desaparecido la cerveza del recipiente. Era un buen tiempo. Cuando se hubo llenado de nuevo el cuerno, lo pasaron al siguiente y volvió a empezar la cuenta, pero a partir de cinco; sin embargo, el nuevo bebedor no era contrincante para el padre de Ragnar y no fue capaz de tragar el líquido antes de que terminara la cuenta. Con gesto avergonzado pasó el cuerno al siguiente guerrero.
Ragnar se dirigió a las mesas reservadas a los guerreros y atacó el pollo caliente y el pan. La carne sabía de maravilla, el jugo se le escurría por la barbilla y el limpió la grasa que se enfriaba con trozos de pan antes de llevárselos a la boca. La cerveza se había asentado en su estómago y se sentía bien, aunque un poco embriagado por lo fuerte que era.
Otik lanzó un prolongado aullido seguido de un eructo. Miró a Ragnar de manera significativa y luego dirigió la mirada hacia las mesas donde se sentaban las chicas sin compromiso. Ragnar sonrió y asintió, ahora con menos nervios. Muy pronto empezaría el baile.

Capítulo 4

Strybjorn, entretanto, observaba atentamente el vasto resplandor de la hoguera que iluminaba el horizonte, pensando que los Grimfang eran muy amables al encender una almenara para guiarlos. Lucía con toda brillantez y su reflejo se proyectaba en kilómetros a la redonda. En un principio, Strybjorn había pensado que la almenara era una especie de señal de aviso, porque se habían percatado de la aproximación de los Craneotorvo, pero no había indicios de que se estuvieran preparando para luchar. No había guerreros reunidos en las puertas de la aldea, ni nadie saliendo a su encuentro. Se había producido cierta consternación entre los Craneotorvo cuando se corrió la voz, pero hasta ese momento no había pasado nada.
Strybjorn sospechó en un primer momento que podría tratarse de una especie de emboscada. Una prueba más si cabe, de la naturaleza traidora y retorcida de los Grimfang. Al cabo de un rato corrió la voz entre los guerreros Craneotorvo de que lo más probable era que los Grimfang estuviesen celebrando el aniversario de su infame victoria, y vanagloriándose de la carnicería que habían acometido a traición y con alevosía. Muy pronto sabrían lo que se siente. El Jarl les había ordenado que entraran por la puerta este de la aldea, pues estaba menos a la vista y no solía tener casi vigilancia. A partir de ahí, tan sólo restaban unos pasos para saborear la ansiada venganza.
Strybjorn se vio de pronto invadido por una oleada de rabia por el ataque que se había desatado contra su gente tiempo atrás.
Por su vida y la memoria de sus antepasados, que esos Grimfang lo iban a pagar caro.

Capítulo 3

Ragnar observó como el Gran Jarl Henk encendía la enorme almenara. La tea ardiente sostenida por el jefe de la tribu se precipitó sobre la madera untada de aceite y las llamas se elevaron hacia lo alto como demonios danzantes en cuestión de segundos. El olor de las hierbas aromáticas inundaba las callejuelas y el calor de las llamas hizo que su cara se enrojeciera. Miró alrededor y vio que todos los habitantes de la aldea se habían reunido en torno a la hoguera y miraban fijamente cómo el jefe desempeñaba sus obligaciones ceremoniales.
Henk blandió su hacha, primero hacia el Norte, hacia Mithrim y hacia la Gran Montaña de los Dioses, luego hacia el Sur, como desafío a los demonios que moraban allí. Levantó el arma por encima de su cabeza, sosteniéndola con ambas manos, y se situó de cara a poniente. Lanzó un poderoso grito al que se unió la muchedumbre, alabando e invocando la protección de la naturaleza para un año más, como habían hecho año tras año desde que la suerte les había sonreído otorgándoles la victoria.
Cuando el jefe concluyó la ceremonia y volvió al lado de sus guerreros, el anciano eskaldo Veleriand avanzó cojeando hasta quedar iluminado por la luz de las hogueras e hizo un gesto pidiendo silencio. Sus aprendices lo seguían portando sus instrumentos y empezaron a acompañar sus palabras con un ritmo suave.
Veleriand levantó el arpa y pulsó algunas cuerdas. Sus dedos se movían con elegancia entre las cuerdas mientras permanecía distraído por un momento, como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos. En sus labios finos y pálidos se dibujo una sonrisa, en tanto que la luz del fuego iluminaba cada uno de los pliegues de su arrugada cara y convertía sus ojos en profundos cuévanos. La blancura de su larga barba brillaba por efecto de la luz parpadeante. El gentío esperaba, conteniendo la respiración, que el anciano se decidiese a empezar. La noche que los envolvía estaba en calma. Ragnar miró alrededor y se encontró con la mirada de Madai. Daba la impresión de que ella lo había estado mirando, porque sus ojos se encontraron y ella desvió la mirada, casi con vergüenza, y la clavó en el suelo.
Veleriand empezó a cantar con una voz suave que, sin embargo, sorprendía por su resonancia, y sus palabras parecían fluir al mismo tiempo que el golpeteo de los tambores. Era como si brotara un enorme manantial de memoria dentro de él y hubiera empezado a fluir, lenta pero inexorablemente.
Cantaba La Saga de los Grimfang, su canción ancestral, una obra cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos, hacía cientos de generaciones, y a la que cada eskaldo iba añadiendo capítulos. La obra de toda la vida de Veleriand era memorizar esa canción, ampliarla y pasársela a sus aprendices para que ellos, a su vez, se la pasaran a los suyos propios. Había un proverbio antiguo que decía que si el Jarl era el corazón del pueblo, el eskaldo era su memoria. En momentos como éste era cuando Ragnar entendía cuán cierto era.
Por supuesto que no había tiempo suficiente, ni esa ni ninguna otra noche, para cantar todo el relato, por eso Veleriand debía conformarse con algunos pasajes. Aludió al pasar de los tiempos más remotos, en los que el pueblo había navegado entre las estrellas en barcos construidos por los dioses. Cantó a Pelor, que había venido a enseñar al pueblo a sobrevivir en los tiempos oscuros. Cantó relatos de antiguas guerras y de las grandes hazañas de los Grimfang. Llegó al capítulo en el que relataba como les habían arrebatado la aldea a los crueles y bestiales Craneotorvo, y se habían apoderado de ella en un día de sangrientas luchas. En esta parte de la canción, algunos habían proferido gritos de celebración, mientras otros fijaban la mirada en el fuego como si estuvieran recordando a los camaradas muertos y la brutal lucha del pasado. Ragnar se entusiasmo tanto con el relato de este pasaje que apenas oyó el resto de la canción.

Capítulo 2

Strybjorn Craneotorvo se encaramó a una pequeña formación rocosa donde habían acordado un pequeño descanso y oteó con ferocidad el horizonte. Tosió con fuerza y lanzó a la tierra un enorme escupitajo. En su interior podía sentir como iba creciendo su sed de guerra. Tenía la esperanza de entrar pronto en combate.
A la vista estaba la partida de guerreros que se encontraba ya en el territorio originario de los Craneotorvo, el asiento de su Piedra Rúnica sagrada, el lugar de donde habían sido expulsado por los Grimfang hace treinta largos años. Desde luego, eso fue antes de que Strybjorn hubiera nacido, pero eso no importaba. Había crecido oyendo hablar constantemente de la belleza del lugar y tenía la impresión de que ya lo conocía. Tenía una clara imagen en la cabeza sacada de las historias de su padre. Era la tierra sagrada de la que habían sido arrojados por la traición de los Grimfang hacía ya tantos años y que hoy, en el aniversario de su antigua pérdida, iban a reclamar por fin.
Estaba lleno de odio hacia los intrusos y este sentimiento estaba tan arraigado en él como en los supervivientes del ataque y de la masacre que habían perpetrado los Grimfang venidos de otras tierras para apoderarse de su aldea y su territorio por la fuerza. Toda una fuerza de asalto había llegado a la aldea y habían aplastado a las mermadas fuerzas de los Craneotorvo mientras la mayoría de los guerreros se encontraban en las estepas persiguiendo a las manadas de bisontes. Al volver de la cacería, aquellos valientes guerreros se habían encontrado su propia tierra fortificada contra ellos, y a sus mujeres e hijos esclavizados por los Grimfang. Después de una corta lucha en la entrada habían sido rechazados y se habían visto obligados a deambular por la inmensidad de las planicies esteparias, donde habían sufrido las penalidades y la miseria de la Larga Búsqueda.
Strybjorn compartía la amargura de ese terrible viaje. Los desesperados ataques contra otros asentamientos, los esfuerzos inútiles por encontrar una nueva tierra. Recordaba los nombres de los que habían muerto de hambre y de sed y también en la lucha como si se tratara de sus propios antepasados muertos. Juró una vez más que vengaría sus espíritus y calmaría sus fantasmas con la sangre de los Grimfang. Sabía que era así, ¿acaso no había sido ordenado por los dioses? ¿Acaso finalmente no había sido recompensada la perseverancia de los guerreros Craneotorvo? Ellos habían encontrado la aldea de Ormskrik, cuyos habitantes estaban y moribundos a causa de una demoledora peste y los habían vencido, matando a hombres y esclavizando a las mujeres y a los niños de acuerdo con las antiguas tradiciones. Se habían establecido allí para engendrar y criar con el fin de recuperar la población de antaño. Durante años interminables no habían olvidado el emplazamiento de la Piedra Rúnica ancestral.
Durante treinta largos habían planeado y preparado su recuperación. Habían nacido más hijos y los dioses les habían sonreído. Una nueva generación había llegado a la edad adulta. Sin embargo, los Craneotorvo habían tenido siempre presente la traición de los Grimfang, y los firmes juramentos de venganza que habían hecho. Esa noche, Strybjorn sabía que iban a cumplirse y sin duda los dioses les sonreían porque justamente esa noche era el aniversario del día en que los Grimfang los habían atacado. Era lo más lógico que treinta años después del día en que habían perdido sus tierras ancestrales, los Craneotorvo las reclamasen.
Strybjorn estaba muy orgulloso de su gente. Habría sido muy fácil olvidarlo todo y adormecerse en las comodidades de su nueva tierra. Sin embargo, no era ése el estilo Craneotorvo, porque sabían lo que valía un juramento. Estaban condenados a vengarse y habían formado a sus hijos con la idea de buscar venganza tan pronto como tuvieran edad suficiente para tomar los votos de adultez. Cuando Strybjorn se había convertido en adulto, había jurado que no descansaría hasta recuperar la piedra rúnica y bañar el suelo sagrado de sus ancestros con la sangre de los Grimfang.
Golpeó su arrugada frente con una mano grande y fuerte, y entrecerrando los ojos oteó el horizonte. Supo que pronto llegarían y estarían listos, y entonces, que se echaran a temblar los Grimfang.

Capítulo 1

Ragnar sonrió con nerviosismo y se dijo que aquello era algo sin sentido. Ahora era un hombre. Ya había prestado su juramento de lealtad a los espíritus de los antepasados en el Altar de las Runas. Tenía su propia hacha y su propio escudo confeccionado con los mejores cueros estirados sobre un armazón de hueso. Incluso había comenzado a dejarse crecer el cabello negro para tener el aspecto de uno de los guerreros de su tribu. Ahora era un hombre y no debía tener miedo de pedirle a una chica que bailara con él.
Y sin embargo tenía que admitir que lo tenía, y lo que es peor, no sabía realmente porque. La chica, Madai, parecía estar pendiente de él. Le sonreía de una manera alentadora cada vez que la miraba. Y, por supuesto, la conocía desde que eran niños. No sabía exactamente qué era lo que había cambiado entre ellos, pero algo había cambiado. Incluso desde que él había vuelto de la última cacería, hacía ya una semana, se había producido un cambio.
Miraba a sus compañeros, los futuros guerreros con los que había establecido pactos de sangre, y apenas podía contener la risa. Le parecían niños que intentaban ser hombres. Todavía tenían el bozo de la adolescencia sobre el labio superior. Trataban con gran dificultad de emular el porte de los guerreros adultos, pero seguían sin conseguirlo. Parecían niños jugando a ser soldados, no guerreros propiamente dichos. Y sin embargo no era así. Todos ellos habían salido de cacería y habían empuñado las lanzas esperando pacientemente el momento oportuno. Absolutamente todos habían cazado bisontes y antílopes en las anchas estepas. Todos habían recibido su parte en las cacerías, una parte muy pequeña, había que reconocerlo, pero parte al fin. Según las costumbres de su tribu, eran hombres.
Era una tarde del otoño tardío y hacía un tiempo estupendo, Se celebraba el Día del Recuerdo, el primer día de la última centena del año, el comienzo de la corta estación otoñal cuando el clima, durante un brevísimo período, se volvía bonancible y el mundo estaba en calma. El Ojo de Pelor se iba haciendo cada vez más pequeño en el cielo. El período de las sequías y las ocasionales tormentas estivales casi se había acabado. Antes de que se dieran cuenta, vendrían las nieves y caería sobre el mundo el largo invierno, a medida que se empequeñeciese más el Ojo de Pelor, el Aliento de Skadi helaría el mundo y la vida se haría inevitablemente más dura.
Alejó de su cabeza ese pensamiento, diciéndose que no era el momento de pensar en esas cosas. Era el tiempo de las fiestas, y de estar alegre y de casarse mientras el tiempo era bueno y los días largos. Miró alrededor y se dio cuenta de que todos estaban poseídos por la alegría. Las chozas habían sido cubiertas con pieles nuevas. Las paredes de madera del Gran Salón habían sido pintadas de rojo y blanco brillantes. En el centro del pueblo se levantaba una enorme pira de madera sin encender. Ragnar podía percibir el olor mentolado de las hierbas que perfumarían el aire cuando se le prendiese fuego. Los cerveceros ya estaban arrastrando grandes barriles al aire libre. La mayoría de la gente todavía estaba trabajando en los últimos preparativos, pero Ragnar y sus amigos acababan de llegar de su última cacería y estaban ociosos. Todo ese día iba a ser festivo para ellos y no tenían nada que hacer más que gandulear ataviados con sus mejores galas. Los habían echado de sus cabañas para que sus madres pudieran barrer y limpiar. Sus padres estaban ya en el Gran Salón contando historias de la gran batalla contra los Craneotorvo. En la lejanía podía oírse al eskaldo afinando su instrumento, y a sus aprendices tocando ritmos básicos en los tambores con los que habrían de acompañarlo.
Un enjuto perro se le cruzó en el camino y lo miró amigablemente. Ragnar se le acercó y lo acarició detrás de las orejas, sintiendo el calor de la piel que ya se estiraba preparándose para el invierno. El perro le lamió la mano con su lengua áspera y luego se marchó calle abajo, corriendo por el puro gusto de hacerlo. De repente, Ragnar supo cómo se sentía, aspiró una profunda bocanada de aire fresco y sintió la necesidad de aullar por el puro placer de estar vivo. En lugar de ello, se volvió hacia Otik, lo alcanzó, le dio una bofetada en la oreja y gritó:

- ¡Tig! Ése eres tú -.

Luego echó a correr antes de que Otik tuviera tiempo de reaccionar. Al ver que había empezado el juego, los demás amigos se dispersaron, corriendo entre las cabañas y la gente atareada, lanzando pollos cacareantes al aire. Otik se lanzó a la carrera tras él, desafiándolo a voz en grito.
Ragnar se dio la vuelta en redondo, perdiendo casi el equilibrio al hacerlo, y le hizo frente a Otik. Su amigo se abalanzó sobre él con el brazo estirado. Ragnar le permitió que casi lo alcanzara con el puño antes de darse la vuelta otra vez y echar a correr. Torció a la derecha y se internó en una callejuela estrecha, se inclinó a la izquierda para evitar el choque con uno de los barriles de los cerveceros y, en esa maniobra, su pie resbaló en un cenagoso retazo de hierba y cayó al suelo. Antes de que pudiera levantarse, Otik se abalanzó sobre él y luchó a brazo partido sobre el suelo como niños juguetones. Rodaron sin parar cuesta abajo hasta que oyeron un griterío femenino y tropezaron con algo. Ragnar abrió los ojos y se encontró mirando la bonita cara de Madai. Ella se arregló la trenza cuando fijó en él su mirada y luego sonrió. Ragnar le devolvió la sonrisa y sintió que se ruborizaba.

- ¿Qué estáis haciendo? - preguntó Madai con su aguda pero dulce voz.
- Nada - respondieron a una Ragnar y Otik para, acto seguido, echarse a reír a carcajadas.