Capítulo 2

Strybjorn Craneotorvo se encaramó a una pequeña formación rocosa donde habían acordado un pequeño descanso y oteó con ferocidad el horizonte. Tosió con fuerza y lanzó a la tierra un enorme escupitajo. En su interior podía sentir como iba creciendo su sed de guerra. Tenía la esperanza de entrar pronto en combate.
A la vista estaba la partida de guerreros que se encontraba ya en el territorio originario de los Craneotorvo, el asiento de su Piedra Rúnica sagrada, el lugar de donde habían sido expulsado por los Grimfang hace treinta largos años. Desde luego, eso fue antes de que Strybjorn hubiera nacido, pero eso no importaba. Había crecido oyendo hablar constantemente de la belleza del lugar y tenía la impresión de que ya lo conocía. Tenía una clara imagen en la cabeza sacada de las historias de su padre. Era la tierra sagrada de la que habían sido arrojados por la traición de los Grimfang hacía ya tantos años y que hoy, en el aniversario de su antigua pérdida, iban a reclamar por fin.
Estaba lleno de odio hacia los intrusos y este sentimiento estaba tan arraigado en él como en los supervivientes del ataque y de la masacre que habían perpetrado los Grimfang venidos de otras tierras para apoderarse de su aldea y su territorio por la fuerza. Toda una fuerza de asalto había llegado a la aldea y habían aplastado a las mermadas fuerzas de los Craneotorvo mientras la mayoría de los guerreros se encontraban en las estepas persiguiendo a las manadas de bisontes. Al volver de la cacería, aquellos valientes guerreros se habían encontrado su propia tierra fortificada contra ellos, y a sus mujeres e hijos esclavizados por los Grimfang. Después de una corta lucha en la entrada habían sido rechazados y se habían visto obligados a deambular por la inmensidad de las planicies esteparias, donde habían sufrido las penalidades y la miseria de la Larga Búsqueda.
Strybjorn compartía la amargura de ese terrible viaje. Los desesperados ataques contra otros asentamientos, los esfuerzos inútiles por encontrar una nueva tierra. Recordaba los nombres de los que habían muerto de hambre y de sed y también en la lucha como si se tratara de sus propios antepasados muertos. Juró una vez más que vengaría sus espíritus y calmaría sus fantasmas con la sangre de los Grimfang. Sabía que era así, ¿acaso no había sido ordenado por los dioses? ¿Acaso finalmente no había sido recompensada la perseverancia de los guerreros Craneotorvo? Ellos habían encontrado la aldea de Ormskrik, cuyos habitantes estaban y moribundos a causa de una demoledora peste y los habían vencido, matando a hombres y esclavizando a las mujeres y a los niños de acuerdo con las antiguas tradiciones. Se habían establecido allí para engendrar y criar con el fin de recuperar la población de antaño. Durante años interminables no habían olvidado el emplazamiento de la Piedra Rúnica ancestral.
Durante treinta largos habían planeado y preparado su recuperación. Habían nacido más hijos y los dioses les habían sonreído. Una nueva generación había llegado a la edad adulta. Sin embargo, los Craneotorvo habían tenido siempre presente la traición de los Grimfang, y los firmes juramentos de venganza que habían hecho. Esa noche, Strybjorn sabía que iban a cumplirse y sin duda los dioses les sonreían porque justamente esa noche era el aniversario del día en que los Grimfang los habían atacado. Era lo más lógico que treinta años después del día en que habían perdido sus tierras ancestrales, los Craneotorvo las reclamasen.
Strybjorn estaba muy orgulloso de su gente. Habría sido muy fácil olvidarlo todo y adormecerse en las comodidades de su nueva tierra. Sin embargo, no era ése el estilo Craneotorvo, porque sabían lo que valía un juramento. Estaban condenados a vengarse y habían formado a sus hijos con la idea de buscar venganza tan pronto como tuvieran edad suficiente para tomar los votos de adultez. Cuando Strybjorn se había convertido en adulto, había jurado que no descansaría hasta recuperar la piedra rúnica y bañar el suelo sagrado de sus ancestros con la sangre de los Grimfang.
Golpeó su arrugada frente con una mano grande y fuerte, y entrecerrando los ojos oteó el horizonte. Supo que pronto llegarían y estarían listos, y entonces, que se echaran a temblar los Grimfang.

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