Capítulo 16

En el fragor de la batalla, Ragnar miró hacia arriba y vio pasar sobre su cabeza al monstruo volador. Lentamente se abrió paso en su mente la idea de que los Buscadores estaban allí. Podrían estar observándolo en ese preciso momento. Sopesando si Ragnar, sería o no, digno de entrar en el Salón de Skadi. Era un pensamiento estimulante que daba sentido a la carnicería que podía ver alrededor. De repente, ésta no era simplemente una batalla por la supervivencia, sino una prueba de honor y merecimientos. Desde luego todas las batallas lo eran, pero en muy pocas se manifestaba la presencia de los mensajeros de los dioses. Ésta era una de esas batallas y cabía la posibilidad de que un hombre pasase directamente de aquí a la leyenda.
El enorme y fornido guerrero con el que había estado intercambiando golpes hacía un instante clavó su mirada en él, y en sus brutales ojos grises brilló la sombra del entendimiento. Se apartaron el uno del otro y Ragnar retrocedió hacia los restos de su gente reunida en torno al Gran Salón Comunal en llamas, mientras que el Craneotorvo se retiraba hacia sus propias líneas.
Ragnar echó una mirada alrededor para ver a quién reconocía. Allí estaba Otik, y también su padre, lo que le permitió respirar con alivio. El Jarl seguía en pie, si bien su cabeza sangraba por una fea herida. Cuando Ragnar lo miró, el jefe guerrero arrancó la manga de su túnica y se la ató a la cabeza. Se produjo entre todos ellos un intercambio de extrañas miradas atormentadas. Todos sabían que eran hombres muertos y que sólo era cuestión de tiempo.
Mirando a la horda reunida de Craneotorvo era obvio que los Grimfang estaban en minoría en una proporción de cinco a uno como mínimo. Muchos de ellos habían caído en el furioso ataque inicial y no había esperanza alguna de que pudieran vencer a tantos Craneotorvo, incluso si resultaban ser guerreros mucho mejores que sus enemigos. Y a juzgar por el salvajismo de los Craneotorvo, que habían sufrido ya en sus propias carnes, ése no era el caso. A regañadientes, Ragnar tuvo que admitir que, aunque pareciera que estaban igualados en la calidad de los guerreros, la balanza no era favorable a su pueblo.
Con todo, la aparición del dragón había provocado un cambio en el ambiente de la batalla. Eso era obvio. En ese momento los Craneotorvo restantes se habían retirado y permanecían a la expectativa. Al igual que los Grimfang, ellos también querían impresionar a los Buscadores. Habían pasado de buscar una carnicería a buscar enemigos dignos. Una chispa de rabia encendió el corazón de Ragnar.
Ahora estaban preparados para luchar honorablemente. Sabiendo que los ojos de los dioses estaban puestos en ellos, estaban dispuestos a garantizar una lucha justa. Hacía sólo algunos minutos no estaban dispuestos a ello. A duras penas respondía aquello a la naturaleza del auténtico honor. Una pequeña parte de Ragnar todavía se reía de su propia ingenuidad. ¿De qué servía protestar sobre la justicia o injusticia en la lucha? Los dioses harían sus elecciones del modo inescrutable que les era propio y seguro que no eran idiotas, o eso era, al menos, lo que él esperaba.
¿Por qué protestaba entonces? Los Craneotorvo le estaban dando la oportunidad de morir dignamente aunque fueran unos sucios hipócritas. Y aseguraban a los Grimfang la posibilidad de llevarse al infierno a unos cuantos de ellos.
Cuando resultó evidente lo que estaba pasando, un puñado de guerreros Grimfang salió a la carrera del Salón Comunal y, pese a las llamas, regresaron con un cargamento de armas y escudos. Los Craneotorvo parecían totalmente dispuestos a permitirles que se preparasen para la batalla.
Ahora se percibía una fuerte tensión en el aire. Casi podía palparse, como si la presencia de los Buscadores hubiera generado y colmado el ambiente con su propia energía. Los guerreros de ambos bandos hacían precalentamientos barriendo el aire con sus armas. Los jefes de los Craneotorvo estaban apiñados discutiendo entre ellos acerca de lo que iban a hacer o, lo que es lo mismo, debatiendo cómo quedarían mejor ante los ojos de los Buscadores.
- Bueno, por lo menos entre nosotros no hay duda sobre ese asunto – pensó Ragnar.

Su obligación y la de los suyos estaba clara, debían vender sus vidas tan caras como pudieran y luchar bien y con honor antes de morir. No cabía otra posibilidad.
De pronto empezó a oírse la voz de un hombre que gritaba, que parecía ser la de Kásthar. Ragnar se quedó sorprendido, pues conocía a Kásthar de toda la vida y siempre había sido un hombre dispuesto, inmutable al desaliento. Por lo que había oído, había salido bien librado en todas las cacerías y batallas en las que había tomado parte. Efectivamente, se había enfrentado al Troll Nocturno de Gaunt en un combate cuerpo a cuerpo del que había salido triunfante.
Ragnar se preguntó a qué se debería que se hubiera roto ahora su temple. De todos los hombres presentes, Kásthar era uno de los que parecía tener asegurado el favor de los Buscadores. Su valentía se había puesto a prueba una y otra vez durante años. ¿Era posible que un hombre tuviese una reserva limitada de coraje para toda su vida, y que cuando se terminaba fallase su valentía? ¿O acaso era la presencia de los Buscadores lo que lo había amedrentado? Sabiendo que los ojos de tus dioses te están observando, puedes llegar a ver cosas realmente raras en un hombre, pensó Ragnar.
O tal vez fuera la certidumbre que tenía ahora cada guerrero Grimfang de que muy pronto sería juzgado y conocería su destino final. Una cosa es entrar en batalla o encontrarse en medio de cualquier peligro sabiendo que se puede salir vivo gracias a habilidad, suerte o al favor de los dioses. Y otra muy diferente es tener la certeza absoluta de que tu propia vida esta tocando a su fin.
Ragnar examinó su propio estado de ánimo y se dio cuenta de que tenía miedo, pero no era abrumador. Estaba nervioso y a la vez extrañamente emocionado, pero no aterrado. Todo lo contrario. Estaba tan lleno de ira y tenía tanta sed de vengarse de los Craneotorvo por su traición que su miedo le parecía insignificante. Se sintió impaciente por enzarzarse con sus enemigos, desesperado porque empezase la batalla.
Tuvo que admitir que el deseo del favor de los dioses no tenía nada que ver en ello. Estaba seguro de poder entrar feliz en el infierno si podía llevarse por delante a un Craneotorvo y que su vida no habría sido en vano si arrastraba a dos a las profundidades. Sabedor de que su vida se había acabado, no tenía nada que perder. Todo lo que le quedaba era la oportunidad de venderla cara.
Era extraño que en el transcurso de una tarde, un hombre pudiera experimentar tantos cambios. Trató de recordar la cara de Madai, esa cara que había tratado de memorizar con tanto empeño hacía sólo unos instantes, y que ahora le costaba trabajo visualizar mentalmente. Era una pena, pensó Ragnar. Hubiera sido maravilloso llevarse a la otra vida el recuerdo de algo tan hermoso.
Los guerreros Grimfang habían terminado de armarse estaban listos. Los Craneotorvo parecían haber elegido ya a sus oponentes. Estaban frente a frente a través de las sombras de la plaza en llamas. Durante un largo rato se miraron los unos a los otros con miedo y odio. Luego, todos los ojos presentes se volvieron hacia la enorme figura que emergió entre las sombras. Era una mujer tremendamente esbelta, pero a la vez lo suficientemente fornida como para alzar en vilo a cualquiera de los presentes con un solo brazo, iba embutida en una armadura metálica de perfecta confección y su espesa y rizada melena se movía al son de las cenizas que flotaban en el ambiente, por encima de una capa de piel de lobo que le cubría los hombros y caía hasta los tobillos.
Ambos bandos se quedaron quietos esperando a ver si la aparición iba a intervenir, pero no hizo nada, sólo inspeccionó con sus llameantes ojos. En ese momento, Ragnar se quedó petrificado, viendo con claridad meridiana que aquel ser sobrenatural era la mujer que le salvaba la vida en su sueño. Aterrado y a la vez maravillado ante la nueva revelación, Ragnar observaba con los pies clavados en el suelo cómo su salvadora no mostraba miedo alguno y permanecía allí de pie, entre ambos bandos, con una profunda confianza en su propia invulnerabilidad, como si se tratara de un padre que observa los juegos de los niños, no como alguien que está al borde de una batalla entre fornidos guerreros armados hasta los dientes. Era como si supiera que nada podía causarle el menor daño, como si ella pudiera matarlos a todos sin esfuerzo alguno si acaso llegaban a molestarlo. Hubo instante, mientras aquella divina criatura posaba su mirada en ciertas figuras de ambos bandos, que su mirada se posó un segundo más de lo necesario en los ojos de Ragnar. Éste no supo que era lo que había visto en sus ojos, pero estaba seguro de que se habían reconocido.
Otro pensamiento ocupo de pronto su mente. Aquella misteriosa figura había llegado sobre el dragón alado, lo que quería decir que era uno de los Buscadores de Valientes, un representante de los propios dioses. Un remolino de pensamientos, imágenes e ideas enturbió su mente mientras miraba el reflejo ígneo de la armadura de la Buscadora. Ahora mismo no podía pensar con claridad, lo único de lo que estaba seguro, al igual que el resto de los presentes, es que estaba en presencia de algo sobrenatural.
Una llamarada iluminó la faz de la Buscadora, revelando su rostro a todos durante un instante. Aquel rostro denotaba una longevidad y una sabiduría mayor que cualquiera que Ragnar hubiera visto pero, no obstante, no había una sola arruga que confirmara su larga edad. La mujer los miraba con impaciencia, como esperando que empezasen. De pronto hizo un gesto para que reanudasen la lucha. Las dos fuerzas se armaron de valor, como lobos que se preparan para saltar al combate cuerpo a cuerpo, y se enzarzaron en un duro enfrentamiento.