Capítulo 15

Una vez más, el extraño ruido pasó sobre sus cabezas. Strybjorn miró hacia arriba y vio cómo la cola ardiendo de aquella bestia voladora sobrevolaba sus cabezas a baja altura y tomó conciencia de que había caído sobre el campo una enorme sombra alada. Por un momento, la lucha se detuvo y todos miraron sobrecogidos por aquella mágica aparición.

- ¡Los Buscadores de Valientes! – gritó alguien.

Strybjorn no estaba seguro de si había sido un Craneotorvo o un Grimfang. Sólo sabía que, fuera quien fuese el que lo había dicho, estaba en lo cierto. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Los mensajeros de los dioses estaban allí y juzgaban a los combatientes. ¡Ahora! En ese instante miraban hacia abajo con su mirada ardiente para ver si alguno de los presentes era digno de unirse a los grandes guerreros de la sala de los héroes. Era posible que es noche alguien fuera llevado a la legendaria montaña donde los elegidos gozaban de la inmortalidad.
Strybjorn sabía que sólo elegirían al más valiente entre los valientes y al más fiero entre los fieros. Sólo los más osados eran dignos de la inmortalidad. Los nombres de los Elegidos vivirían por toda la eternidad y serían recordados por los eskaldos en sus cantares de gesta. Una ambición hirviente despertó de pronto en su corazón.
Ahora sabía lo que debía hacer. En algún lugar entre estos perros apaleados tenía que encontrar enemigos dignos de su arma. Debía encontrar guerreros a los que pudiese llamar por su nombre y retarlos en combate singular. Los Buscadores no aparecían en todas las batallas; tal vez esta oportunidad no se le volviera a presentar nunca más. Tal vez no volviese a tener pruebas físicas tangibles de la presencia de estos misteriosos seres en toda su vida.
Echó una mirada en derredor. A la misma conclusión parecían haber llegado todos los guerreros independientemente de su clan. Los Craneotorvo se apartaban de sus enemigos, dándoles tiempo a echar mano a mejores armas. Strybjorn esperaba ansiosamente para ver lo que iba a ocurrir después.

Capítulo 14

Ragnar detuvo a la desesperada el golpe de su atacante. El choque del impacto paralizó su brazo a pesar de que el escudo había absorbido la mayor parte del impulso. Ragnar dirigió su contraataque a la cabeza del hombre, que también paró el golpe. Lanzó hacia adelante su brazo protegido por el escudo y alcanzó a su atacante en la cara, cuando el hombre perdió el equilibrio cayéndose hacia atrás, Ragnar le partió el cráneo de un hachazo.
Miró alrededor y vió que su casa estaba en llamas. El Gran Salón Comunal también ardía por los cuatro costados mientas alrededor todo era locura. Sombrías figuras cortaban en la negrura de la noche como si se tratara de una escena del mismísimo infierno. Las mujeres escapaban en medio de la oscuridad llevándose a sus hijos. Los perros se lanzaban a las piernas de los invasores y un pollo volaba torpemente en un callejón, con las alas en llamas.
Ragnar se preguntó donde estaría su padre. Lo más probable es que estuviese en el Gran Salón ayudando a recuperarse a los guerreros, si todavía estaba vivo. Ragnar trató desesperadamente de alejar ese pensamiento, pero como un cuchillo se hundía en la convicción de que, al terminar esa noche, no sólo su padre sino todos los guerreros que conocía, y con toda probabilidad él también, estarían muertos.
Sin embargo, no había más remedio que seguir luchando sin que importase cuán negros fueran los augurios. Con todos los sentidos alerta, Ragnar corrió hacia el Salón Comunal, esperando contra toda esperanza que su padre y los demás siguieran vivos.

Capítulo 13

Strybjorn acechaba en la noche, matando a su paso todo lo que encontraba. Aullaba de contento, sabiendo que había llegado la hora de la venganza de su pueblo. El sabor de la sangre le resultada dulce; en realidad, le gustaba matar, la sensación de poder que le daba. Amaba las luchas cuerpo a cuerpo.
Claro que estos Grimfang eran enemigos de poca monta; casi ni se merecían que los ensartase una espada Craneotorvo. Estaban borrachos y mal armados y apenas comprendían lo que estaba pasando. Se preguntó como habían sido capaces de expulsar de esta aldea a su valiente pueblo de guerreros.
En el breve respiro que le permitía el combate, sólo le obsesionaba un pensamiento: ¿acaso era parte del precio que había que pagar por vivir en paz? ¿Habría reblandecido la buena vida a sus antepasados igual que había reblandecido a los Grimfang? ¿Había perdido en el pasado su pueblo el espíritu guerrero igual que lo había perdido este rebaño de ovejas? Sintió que era algo que debía hablar con su padre. Esto no debía volver a pasar nunca más y no pasaría cuando él se convirtiese en jefe.

Capítulo 12

Por un momento, un miedo supersticioso dejó helado a Ragnar ¿Habrían vuelto de sus tumbas para apoderarse de las almas de sus conquistadores? ¿Qué clase de magia negra podía conseguir eso?
Cuando prestó más atención vio a un joven de facciones toscas, que daba un hachazo al padre de Otik. El anciano parecía aún aturdido por la cerveza y sorprendido, se llevó las manos al estómago, tratando de contener el manojo de tripas que se le salía.

- ¡Esto es un ataque! – gritó Ragnar, empujando a Madai hacia las sombras -. Es una incursión.

En su corazón, sabía que no era una simple incursión. A juzgar por la cantidad de guerreros que había y por los gritos que se empezaban a oír por todas partes, era una invasión en toda regla que trataba de esclavizar o destruir a su gente. Lanzó una maldición, sabedor de que el ataque había llegado en el peor momento posible, cuando todos los guerreros estaban borrachos o bailando. Y no cabía echarle la culpa a nadie, era su propia culpa. Tendrían que haber apostado centinelas y haber estado preparados, pero no lo habían hecho. Los largos años de paz los habían sumido en una falsa sensación de seguridad que ningún hombre podía permitirse. Y ahora estaban pagando por ello.
La rabia y la desesperación se turnaban en el corazón de Ragnar. Durante unos interminables minutos estuvo paralizado, consciente de que no había esperanza. Más de la mitad de los habitantes de la aldea ya estaban muertos o agonizantes, aplastados como huesos podridos por los brutales invasores. Los atacantes eran expertos, iban bien equipados, guardaban la formación y luchaban con terrible fuerza y voluntariosa disciplina. Los Grimfang ni si quiera estaban armados, todos confundidos, desorganizados e incapaces de hacer nada que no fuese dejarse cortar como pollos en una matanza.
De pronto, Ragnar supo que el destino de los Grimfang estaba echado.

- ¡Atrás! – gritó Ragnar, empujando a Madai dentro de la cabaña más próxima.

Sabía que esta poco podría protegerlos, pues muy pronto los atacantes prenderían fuego a toda la aldea. Sin embargo, necesitaba tiempo para pensar, y no tenía la menos duda de que dentro habría armas mejores que la daga que llevaba en el cinturón.
Sin entender muy bien lo que estaba pasando, Madai se resistió, pero él era más fuerte y la retuvo dentro de la vivienda al tiempo que le tapaba la boca con la mano.

- ¡Quédate quieta si valoras en algo tu vida! – le dijo con decisión, y vio como en sus ojos aparecía un asentimiento aterrorizado, seguido rápidamente por una resolución firme.

Era una auténtica mujer de su pueblo, como pudo comprobar Ragnar.
Los lamentos y los gritos de guerra llenaban la noche, apenas amortiguados por las paredes de las tiendas de piel. Dentro, todo era oscuridad. Ragnar revolvió frenéticamente entre los enseres de la casa hasta que encontró un escudo y un hacha. Rápidamente, lo ajustó a su brazo y sopesó el arma. Se sintió un poco mejor, pero todavía no tenía muy claro que iba a hacer. Lo que acababa de ver ya era una presencia que se agolpaba en su cerebro y no le dejaba razonar.
Recordó la mirada de horror en la cara del padre de Otik, y también al viejo tabernero Theobalt tirado entre la basura, con la tapa de cabeza levantada y los sesos esparcidos. Recordó la horrible herida palpitante en el pecho del herrero Talath. Cosas que en su momento no había reconocido le quemaban ahora la cabeza. Las lágrimas humedecieron sus mejillas. Esto no era el tipo de batalla que él había esperado; no era como las que cantaban los eskaldos. Era la brutal masacre de un pueblo desarmado por parte de un enemigo mortal.
Sin embargo, una pequeña parte racional de su mente le decía que era realmente una batalla. Siempre había en ellas muerte, agonía y heridas terribles. Los contendientes rara vez jugaban limpio y eso terminaba en muertes horribles. La cuestión más peliaguda era decidir lo que iba a hacer ahora. ¿Iba a quedarse cobardemente dentro de la cabaña como un perro apaleado o iba a salir y enfrentarse a la muerte como un valiente? Sabía que tenía poco donde elegir. Lo más probable es que acabase muriendo de todos modos, y era mejor encontrarse con los espíritus de sus ancestros cubierto de heridas y con el arma firmemente apretada en la mano muerta y fría.
Pero, a pesar de todo, algo le impedía hacer lo que sabía que debía hacer. Sus ojos estaban clavados en la aterrorizada muchacha, que sin verter una sola lágrima y con la cara pálida y desencajada permanecía en un rincón. Ella limpió sus lágrimas con el puño de la manga y trato de sonreírle. Era una mueca terrible y Ragnar sintió que se le iba a romper el corazón.
¡Cómo había cambiado su vida en cuestión de minutos! Hacía menos de una hora había sido completamente feliz. Él y Madai habían yacido juntos y las cosas parecían tomar el rumbo acostumbrado en el poblado. Se habrían casado, habrían tenido hijos y habrían vivido su vida juntos. Ahora, ese futuro se les había ido de las manos, como si alguien le hubiera prendido fuego realmente. Todo lo que quedaba era la sangre, las cenizas y tal vez la vida infame de la esclavitud, si sobrevivía. Supo que no podía enfrentarse a eso.
¿Qué iba a hacer? No podía quedarse quieto, porque si lo hacía no haría más que arriesgar la vida de Madai. Podría producirse una pelea, y se sabía de hombres que habían dado muerte a inocentes observadores. Lo más probable es que no la mataran, para que se convirtiera en esposa o esclava de algún Craneotorvo. Así era como sucedían las cosas. Este pensamiento le produjo más dolor del que podía manifestar, pero por lo menos ella seguiría viva.
A pesar de todo, no pudo marcharse, pues el mismo magnetismo que lo había atraído antes hacia la chica, le impedía marcharse ahora. En lugar de eso, se acercó a ella, dejó el hacha en el suelo y tocó su cara con la mano, siguiendo sus rasgos con sus dedos, tratando de memorizarlos para llevárselos con él hasta el infierno si era necesario. De todo lo que le había ocurrido en la vida, ella era lo mejor. Ahora se le partía el corazón al comprender que ya no habría futuro, que sus vidas se habían acabado antes incluso de que las hubieran empezado.
La atrajo hacia sí para darle un último beso. Los labios de los dos jóvenes se unieron en un prolongado beso y, luego, él la aparto.

- Adiós – dijo Ragnar muy entrecortadamente -. Habría sido maravilloso.
- Adiós – respondió ella, consciente de sus costumbres para no impedirle que se fuera.

Ragnar se adentró en la noche incendiada, internándose en el caos de alaridos y de locura. El siguiente encuentro fue con una enorme figura que surgió ante él amenazadora, enarbolando su hacha.

Capítulo 11

- ¿Qué fue eso? – preguntó Madai, con gesto atemorizado.
- No lo sé – respondió Ragnar, apartándose de ella y mirando hacia el cielo.

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era cierto. Él había oído antes un sonido tan atronador como aquel. Hacía semanas que no tenía aquella pesadilla, que lo había hostigado durante meses, pero no había sido capaz de borrar su recuerdo. En el sueño, no hacía más que correr, correr cuanto le permitían sus piernas y, a cada paso que daba, veía su terror y su miedo incrementado, pues le perseguía un monstruo demasiado horrible como para ser real. Aquel abyecto y abominable ser, tenía el cuerpo cubierto de granos y verrugas que estallaban sin parar en asquerosos chorretes de pus que goteaban por su cuerpo, en algunos puntos tenía heridas abiertas por las que se vislumbraban unas inmensas vísceras, los innumerables apéndices que le brotaban parecían inertes y sin embargo, aquel engendro se movía con una velocidad pasmosa. Él seguía corriendo y justo cuando parecía que aquella criatura iba a darle alcance, oía aquel rugido, un trueno que sólo podía salir de una bestia grande como una montaña, pues parecía surgir de la propia tierra y retumbar por toda ella. Dándose la vuelta, vio salida de la nada, a la mujer más bella que jamás había contemplado, montada a lomos de un enorme dragón dorado, su larga cabellera ondeaba por encima de sus hombros, sus facciones, las más perfectas que Ragnar jamás había contemplado, su cuerpo, engalanado con una armadura que dada la libertad de movimientos que permitía, parecía su segunda piel. Portaba una lanza de espléndida manufactura, que parecía envuelta por un brillo sobrenatural. En menos de un segundo, la portentosa dama hundió la lanza en lo que debería ser el pecho de la criatura y en cuanto entraron en contacto surgía un brillante haz de luz que inundaba el campo de visión de Ragnar. Y despertaba.
Ragnar volvió en sí, dándose cuenta de que había estado unos instantes con la mirada fija en el infinito, enfocando de nuevo los ojos hacia Madai intentó quitarse aquel recuerdo de la cabeza. ¿Qué era ese ruido? De repente, al volver a prestar atención a lo que lo rodeaba, oyó que sonaba como si se hubiera armado una pelea en el salón comunal. Se puso en pie y Madai con él. La cogió de la mano y empezó a avanzar entre las chozas en dirección al lugar de la conmoción. Lo que vio era mucho peor de lo que podía haberse imaginado. Entre los danzantes había extraños. Hombres enormes y fornidos de largos cabellos negros, de rasgos bestiales y poderosas mandíbulas. Tenían aspecto casi de trolls, pero Ragnar los reconoció al instante por las canciones del eskaldo. Era como si hubieran salido de una de ellas. Eran los Craneotorvo.

Capítulo 10

Strybjorn enarboló el hacha firmemente sujeta en la mano y entró a la carrera por la puerta abierta. Alrededor, sus Hermanos de batalla se apretaban unos contra otros, con un brillo anticipado en los ojos y con las bocas abiertas. Strybjorn se sintió desfallecer por un instante. Sabía que le pasaría, pues esta sensación lo asaltaba justo antes de enfrentarse con un peligro. Era una especie de señal de que su cuerpo estaba preparado para el choque. De pronto se dio cuenta de su agitada respiración, del rápido latir de su corazón, del sudor que empapaba las palmas de sus manos hasta el punto de hacerle difícil sostener el hacha. Con sus camaradas penetró en la aldea, y mientras avanzaban, pudo oír claramente los sones de la música y el ruido de la danza.
Por el camino, en un recodo, se encontraron con gente; no eran Craneotorvo, Strybjorn, aguzado cada sentido como una cuerda tensada, no necesitaba ninguna otra provocación. Atacó con su hacha y, seguidamente, se oyó un chapoteo cuando la hoja del arma llegó a su destino y luego se retiró. Strybjorn volvió a lanzar un hachazo, sintiendo cómo la sangre caliente brotaba del cuerpo del hombre que cayó a sus pies. Extrañamente, la música seguía sonando y, a lo lejos, ladraba un perro. En alguna parte del cielo, como si estuviera anunciando el ataque, sonó una explosión semejante a un trueno.

Capítulo 9

-Formula un deseo – pidió Madai, arreglando su falda.

Ragnar dejó de abrochar su túnica y miró en la dirección que ella le indicaba. Por encima de sus cabezas vio una luz en el cielo y en el primer momento pensó, como la chica, que se trataba de una estrella fugaz, pero luego se dio cuenta de la cola de fuego que lo seguía y de que no desapareció de su vista hasta largo rato después. Eso le recordó algo, pero en ese momento, aturdido por la cerveza y por el intenso abrazo que acababa de compartir con Madai, no supo muy bien qué. A lo lejos, los perros ladraban en respuesta a la visión de lo que parecía la caída de un meteoro.
Rodó de nuevo y alcanzó a la chica atrayéndola hacia sí para que volviera a besarlo. Ella se resistió por un momento, jugueteando, antes de reunirse con él en el suelo. Ragnar no creía haber sido nunca tan feliz como lo era en aquel momento, pero el pensamiento de las llamas cayendo seguía latente en su conciencia.
Finalmente recordó que había oído algo semejante de los labios de su padre, los legendarios dragones voladores, que ha diferencia de los marinos no habían sobrevivido a la última glaciación y se habían extinguido. Cuenta una leyenda que quedaban unos últimos domesticados por unos seres sobrehumanos, que decían descendían de elfos, que viajaban por el mundo buscando a los mejores guerreros que existan. Decían que estos dragones podían escupir fuego y hielo según les plazca, y que la punta de su cola estaba constantemente envuelta en una bola de fuego, y que si ésta llama se apagaba, el dragón moría.
Aunque sabía que era sólo una leyenda, se preguntó por su significado antes de abandonarse por completo al arrebato pasional. Apenas se dio cuenta cuando empezó el griterío.

Capítulo 8

Avanzando con pasos amortiguados por la oscuridad de la noche y el ruido y algarabía de la fiesta de los Grimfang, Strybjorn y sus compañeros se acercaban al centro de la aldea. Estaba impresionado. Los muy locos estaban tan confiados que no habían puesto un solo centinela. La vida holgada en la tierra de los antepasados de Strybjorn los había vuelto blandos. Sin embargo, muy pronto iban a pagar por su error.
Supo que los guerreros Craneotorvo habían ocupado posiciones por toda la aldea. Muy pronto los guerreros con más experiencia saltarían la empalizada interna y les franquearían la entrada. Luego, Strybjorn y su gente caerían sobre sus odiados enemigos como los lobos se abalanzan sobre el redil.
Ahora no había nada que los detuviera.