Capítulo 11

- ¿Qué fue eso? – preguntó Madai, con gesto atemorizado.
- No lo sé – respondió Ragnar, apartándose de ella y mirando hacia el cielo.

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era cierto. Él había oído antes un sonido tan atronador como aquel. Hacía semanas que no tenía aquella pesadilla, que lo había hostigado durante meses, pero no había sido capaz de borrar su recuerdo. En el sueño, no hacía más que correr, correr cuanto le permitían sus piernas y, a cada paso que daba, veía su terror y su miedo incrementado, pues le perseguía un monstruo demasiado horrible como para ser real. Aquel abyecto y abominable ser, tenía el cuerpo cubierto de granos y verrugas que estallaban sin parar en asquerosos chorretes de pus que goteaban por su cuerpo, en algunos puntos tenía heridas abiertas por las que se vislumbraban unas inmensas vísceras, los innumerables apéndices que le brotaban parecían inertes y sin embargo, aquel engendro se movía con una velocidad pasmosa. Él seguía corriendo y justo cuando parecía que aquella criatura iba a darle alcance, oía aquel rugido, un trueno que sólo podía salir de una bestia grande como una montaña, pues parecía surgir de la propia tierra y retumbar por toda ella. Dándose la vuelta, vio salida de la nada, a la mujer más bella que jamás había contemplado, montada a lomos de un enorme dragón dorado, su larga cabellera ondeaba por encima de sus hombros, sus facciones, las más perfectas que Ragnar jamás había contemplado, su cuerpo, engalanado con una armadura que dada la libertad de movimientos que permitía, parecía su segunda piel. Portaba una lanza de espléndida manufactura, que parecía envuelta por un brillo sobrenatural. En menos de un segundo, la portentosa dama hundió la lanza en lo que debería ser el pecho de la criatura y en cuanto entraron en contacto surgía un brillante haz de luz que inundaba el campo de visión de Ragnar. Y despertaba.
Ragnar volvió en sí, dándose cuenta de que había estado unos instantes con la mirada fija en el infinito, enfocando de nuevo los ojos hacia Madai intentó quitarse aquel recuerdo de la cabeza. ¿Qué era ese ruido? De repente, al volver a prestar atención a lo que lo rodeaba, oyó que sonaba como si se hubiera armado una pelea en el salón comunal. Se puso en pie y Madai con él. La cogió de la mano y empezó a avanzar entre las chozas en dirección al lugar de la conmoción. Lo que vio era mucho peor de lo que podía haberse imaginado. Entre los danzantes había extraños. Hombres enormes y fornidos de largos cabellos negros, de rasgos bestiales y poderosas mandíbulas. Tenían aspecto casi de trolls, pero Ragnar los reconoció al instante por las canciones del eskaldo. Era como si hubieran salido de una de ellas. Eran los Craneotorvo.

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