Capítulo 9

-Formula un deseo – pidió Madai, arreglando su falda.

Ragnar dejó de abrochar su túnica y miró en la dirección que ella le indicaba. Por encima de sus cabezas vio una luz en el cielo y en el primer momento pensó, como la chica, que se trataba de una estrella fugaz, pero luego se dio cuenta de la cola de fuego que lo seguía y de que no desapareció de su vista hasta largo rato después. Eso le recordó algo, pero en ese momento, aturdido por la cerveza y por el intenso abrazo que acababa de compartir con Madai, no supo muy bien qué. A lo lejos, los perros ladraban en respuesta a la visión de lo que parecía la caída de un meteoro.
Rodó de nuevo y alcanzó a la chica atrayéndola hacia sí para que volviera a besarlo. Ella se resistió por un momento, jugueteando, antes de reunirse con él en el suelo. Ragnar no creía haber sido nunca tan feliz como lo era en aquel momento, pero el pensamiento de las llamas cayendo seguía latente en su conciencia.
Finalmente recordó que había oído algo semejante de los labios de su padre, los legendarios dragones voladores, que ha diferencia de los marinos no habían sobrevivido a la última glaciación y se habían extinguido. Cuenta una leyenda que quedaban unos últimos domesticados por unos seres sobrehumanos, que decían descendían de elfos, que viajaban por el mundo buscando a los mejores guerreros que existan. Decían que estos dragones podían escupir fuego y hielo según les plazca, y que la punta de su cola estaba constantemente envuelta en una bola de fuego, y que si ésta llama se apagaba, el dragón moría.
Aunque sabía que era sólo una leyenda, se preguntó por su significado antes de abandonarse por completo al arrebato pasional. Apenas se dio cuenta cuando empezó el griterío.

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