Capítulo 4

Strybjorn, entretanto, observaba atentamente el vasto resplandor de la hoguera que iluminaba el horizonte, pensando que los Grimfang eran muy amables al encender una almenara para guiarlos. Lucía con toda brillantez y su reflejo se proyectaba en kilómetros a la redonda. En un principio, Strybjorn había pensado que la almenara era una especie de señal de aviso, porque se habían percatado de la aproximación de los Craneotorvo, pero no había indicios de que se estuvieran preparando para luchar. No había guerreros reunidos en las puertas de la aldea, ni nadie saliendo a su encuentro. Se había producido cierta consternación entre los Craneotorvo cuando se corrió la voz, pero hasta ese momento no había pasado nada.
Strybjorn sospechó en un primer momento que podría tratarse de una especie de emboscada. Una prueba más si cabe, de la naturaleza traidora y retorcida de los Grimfang. Al cabo de un rato corrió la voz entre los guerreros Craneotorvo de que lo más probable era que los Grimfang estuviesen celebrando el aniversario de su infame victoria, y vanagloriándose de la carnicería que habían acometido a traición y con alevosía. Muy pronto sabrían lo que se siente. El Jarl les había ordenado que entraran por la puerta este de la aldea, pues estaba menos a la vista y no solía tener casi vigilancia. A partir de ahí, tan sólo restaban unos pasos para saborear la ansiada venganza.
Strybjorn se vio de pronto invadido por una oleada de rabia por el ataque que se había desatado contra su gente tiempo atrás.
Por su vida y la memoria de sus antepasados, que esos Grimfang lo iban a pagar caro.

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